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martes, 19 de junio de 2007

"Domicilios", de José Ángel Cilleruelo, por José Luis Morante

Luis Vence

ESCAPARATES ILUMINADOSJosé Luis Morante


En el artículo “Poética del cansancio”, incluido en el periódico literario Señales de humo, José Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960) argumentaba que la poesía es un género exhausto en el que se escribe con la conciencia de habitar un terreno baldío. Para comprobar el calado de sus planteamientos estéticos nada mejor que abordar la lectura de Domicilios, una selección editada por El Toro de Barro que acoge más de dos décadas de creación poética, complementadas con frecuentes incursiones en la narrativa y el ensayo. Ya en 1989 Cilleruelo reúne inicialmente su poesía bajo el título El don impuro.
Sirve de entrada un liminar del poeta e hispanista portugués Joaquim Manuel Magalhaes, autor de dos conocidas panorámicas sobre lírica española contemporánea. La presencia de Magalhaes se justifica porque Cilleruelo es un profundo conocedor de la cultura lusa y reconoce el magisterio de voces mayores como Sophia de Melo, Eugenio de Andrade, Jorge de Sena, o Pessoa. El texto sirvió como nota introductoria a una traducción al portugués; destaca como registros precisos de la voz poemática de Cilleruelo “la innovación dentro del funcionamiento del principio de realidad”, la meditación sobre la temporalidad y una construcción distanciada del yo.
Quedan fuera del volumen las composiciones de
Narrado en bronce. La más temprana entrega es Sortilegio, un libro al que abren paso citas de Gabriel Ferrater y Jorge de Sena. Es una obra con un claro predominio de lo sentimental, aunque no concebida como exhibición del tejido de afectos sino como indagación en las relaciones interpersonales, con frecuentes desdoblamientos de la voz poemática y una expresión que niega la linealidad del discurso para evitar lo narrativo El poema adquiere en ocasiones un cierto aire de irrealidad como si dibujara más el ambiente de un fondo de espejo que un perfil subjetivo.En Alfama (1987) Cilleruelo, bajo el influjo de Pessoa, crea el heterónimo Clemente Casín y pone en marcha una alteridad que le permite distanciarse del discurso poético. No podemos obviar la explícita referencia del título a la capital lisboeta. Desde el poema de arranque asistimos a un claro protagonismo de la ciudad; la urbe no es un ser muerto, late y se identifica con los pobladores a quienes presta rasgos y a los que se acerca. para que sean partícipes del temblor de los escaparates iluminados. Más que una descripción del hábitat hay una secuenciación de sus latidos, un eco mantenido de los pasos que pueblan las aceras. La expresión es más nítida y se atenúa el simbolismo.Maleza busca un distanciamiento entre la intimidad del yo y el magma de contenidos; se incrementa la descripción porque visualiza el entorno que ya no tiene como centro de gravedad el componente biográfico de un sujeto ensimismado, aunque sea la mirada poética la que otorga a las cosas coordenadas espaciales y temporales. Maleza es un lugar arquetípico que acumula en su laberinto urbano los variados resquicios de la soledad y el abandono que origina lo transitorio; hay una fuerte presencia de lo marginal y de lo degradado.
Esa persistencia en el ambiente permanece en
Salobre que arranca con este verso: “el río es la ciudad”; otra vez lo transitorio y ese viaje vital que llena las esquinas de realidades heterogéneas y simultáneas.El colofón es Formas débiles. Como ocurriera en su entrega en prosa, Barrio alto, Cilleruelo estructura el poemario bajo una minuciosa simetría en torno al siete. Esta simetría está incluso en sus elementos formales: los poemas se acogen, con frecuencia, bajo el formato de un soneto no canónico Cada sección es autónoma y aglutina poemas con unidad de tono. Los motivos varían. Hay imágenes visuales, impresiones sobre cuadros o estampas de un paisajismo estilizado. El libro aporta únicamente cinco composiciones, aunque es uno de los títulos referenciales del autor.Domicilios
permite conocer la natural evolución de un poeta de larga andadura que no perdona algunos motivos recurrentes: la fisonomía de espacios urbanos transformados en estados de ánimo, la evocación de lugares, la conciencia de un esplendor efímero que anuncia mudanza y devastación y la recreación de escenas que protagonizan sombras anónimas, posadas un instante en los sentidos. Significativa y singular, la mirada poética de Cilleruelo manifiesta siempre un deseo de inquietud y búsqueda, un diálogo abierto entre espacio y sujeto.









lunes, 18 de junio de 2007

"Domicilios", de José Ángel Cilleruelo, por Valter Hugo Mãe

 
las Sjoberg


DOMICILIOS,
"Das melhores edições espanholas dos últimos tempos"Valter Hugo Mãe 

Não é de todo uma «poesia da experiência» – no sentido comummente empregue para designar os poetas das últimas gerações em Espanha – a poesia de José Ángel Cilleruelo. Talvez isso justifique alguma discrição da sua presença no panorama literário daquele país, como justificará o entusiasmo de alguns, mais apaixonados pela resistente capacidade de efabular, que encontram neste poeta ainda o compromisso entre a realidade (nomeadamente urbana, mas não só) e a subjectividade profunda. A subjectividade de Cilleruelo não é nunca alcançada por qualquer automatismo, mas o pendor surrealista pode ser encontrado: «No me siento más necesitada que tú, / como tú, y cuando te tengo / en el centro del cuerpo / se evapora, oh muchacho encantado, / y si no lo impido, te evaporas tú, / y no me sienta este tono en el vestido / decentemente con esa luz.» (p. 13). Os seus propósitos são, as mais das vezes, sensuais, chegando a um erotismo essencial que celebra sempre um amor nostálgico e delicado: «Sabe que un cuerpo no es ya el paraíso, / mansedumbre del tiempo, puro don. / Pero de poco vale la experiencia, / de nada la meditación, presagio / o incertidumbre, cuando com la noche / le toma el ansia de animal herido.» (p. 34).Domicilios – antología 1983 – 2004, apresenta uma escolha do próprio José Ángel Cilleruelo, publicada na El Toro de Barro em Janeiro deste ano, em Cuenca. O volume está prefaciado com o texto de Joaquim Manuel Magalhães, já publicado em Portugal no ano de 2000, como apresentação do poeta espanhol na edição da Relógio d’Água «Trípticos Espanhóis, II». É, quanto a mim, das melhores edições espanholas dos últimos tempos. «Y lo hacen en el coche frente al mar / Discreto de los sábados, y luego // Despeinadas y feas, algo hinchados / Los labios, con arrugas en la falda, // Aparecen por el café. No exigen / Al fumar ni palabras ni caricias. // Las imágenes de televisión / Invaden por completo su mirada. // En su dulce abandono del deseo / Prenden los símbolos más solitarios.» (p. 51).


(Esta reseña apareció en la revista postuguesa Da literatura, dirigida por João Paulo Sousa y Eduardo Pitta)


Carlos Morales. El Toro de Barro.

"Domicilios", por Dionisia García.

Jed Goode

EL POETA DE LAS CIUDADES
por Dionisia García


Domicilios es el título -aparecido en El Toro de Barro- de la última antología de José Ángel Cilleruelo, poeta de consolidada trayectoria, en torno a una voz inconfundible de variados registros, donde la realidad va surgiendo desde las diferentes formas y tiempos. Realidad enriquecida y desdoblada, si la anécdota o el momento poemático son propicios. Junto a la realidad, hemos de tener en cuenta la carga imaginativa que esta obra contiene, sin olvidar la expresión contenida y la sugerencia; características que no vamos a tratar en esta introducción, porque se trata de dar a conocer, sobre todo, los versos del poeta de Barcelona.
En su vertiente más significativa, hemos de considerar al autor como el poeta de la ciudad o las ciudades ("Un hombre es la ciudad en la que vive". "...un hombre es la ciudad/ en la que viven otros hombres"). Una cita de Sophia de Mello, al comienzo de uno de los apartados, dice: "Todas as cidades são navios". Nuestro poeta en Canción del río Hudson escribe en los versos iniciales: "El río es la ciudad./ Digiere la inmundicia/ lenta de los desagües... ". Es cierto que la ciudad también aparece, en ocasiones, desde una perspectiva más serena ("Una ciudad cualquiera en un domingo/ hacia las cuatro de la tarde...), solo serena, no exenta de sombras, porque es la tarde del domingo, la tarde del día de fiesta, que nos lleva a recordar la melancolía del poeta de Recanati. No ocurre así en el poema de Cilleruelo, que se lamenta porque pocos transeúntes gozan del momento y dice: "No conozco otro paisaje más sublime".
A pesar de la connotación precedente, parecen merecer la atención del poeta los aspectos más ensombrecidos de la ciudad, quizá por más reales y propicios para ahondar en la búsqueda... Como si quisiera sorprender a esa ciudad que "resuella entre las luces del suburbio". El poeta Cilleruelo nos acoge en su poesía, para que conozcamos entornos, pasajes y paisajes que conoce bien no a través del "túnel", sino escudriñando en la viva realidad.
La temporalidad, tan presente en toda poesía (estamos inmersos en ella), justifica que los versos de nuestro poeta sean con frecuencia robados al olvido, a los recuerdos, a la memoria, no sin cierta nostalgia, por el tiempo ido, pero con el gozo de dar vida a cuanto fue. Llama la atención en esta poesía, la mirada al mundo y a las cosas, desde esa realidad que está ahí y convive con nosotros, ya se diga de ciudades, de relaciones afectivas, de erotismo, o del mero entendimiento con la vida. Digamos que un poeta joven, como es José Ángel Cilleruelo, ha llevado a cabo un largo recorrido, y lo ha transitado con dignidad y sabiduría, con las armas del verdadero poeta, para bien de los lectores, atentos al privilegio de su escritura.
El poeta y estudioso portugués Joaquín Manuel Magalhães nos dice, en su introducción a
Domicilios, que "Cilleruelo se aproxima a una función psicológica y estética que une las palabras con las cosas, en un intercambio de eventos y despojos que el hombre y el mundo se cruzan entre sí y al que la poesía puede estar atenta". Esta nueva antología es una selección atinada de la poesía de José Ángel Cilleruelo, autor que desde los comienzos encontró su propio espacio, y logró dar una medida en la utilización del lenguaje, ya se trate de "La serrería de Berg", magnífico poema, o de "Madrigales de la lactancia", difícilmente olvidables.
Mencionemos, al menos, la faceta de narrador y traductor de Cilleruelo, caminos que han logrado ofrecernos la imagen del verdadero escritor entregado a su tarea. Nos dice W.H. Auden que un escritor genuino olvida una obra apenas terminada, y pasa a pensar sobre la siguiente; si piensa en su obra será más para recordar sus defectos que sus virtudes. Considero que es el caso de José Ángel Cilleruelo, para bien de quienes nos acercamos a sus páginas.


(Este comentario apareción en la revista Adamar)



Página confeccionada por Carlos Morales. El Toro de Barro

domingo, 17 de junio de 2007

Domicilios, por Eduardo Moga


EL LENTO CAMINO DE LA DESPOSESIÓN.
por Eduardo Moga

Desde su primer poemario,
Narrado en bronce, publicado en 1982, hasta el sexto y por ahora último, Formas débiles, en 2004, José Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960) ha trazado un camino poético que investiga en la constancia de la pérdida y el doloroso proceso de la desposesión. Así lo acredita la antología Domicilios, recientemente aparecida en El Toro de Barro. En Sortilegio (1983) —el primero de los libros representados—, el sentimiento de desamparo aparece tan sólo esbozado, y bajo la especie de desengaño amoroso. Un perceptible agitación erótica vivifica el poemario, a veces mediante la forma coherentemente agitada del calambur:

"ella le entrega más besos y másVeces que beso (…)
En las manos los besos las manosExtiendo el brazo y el abrazo…"

y otras al amparo de ciertos mitos, como el que, identificando a la mujer con la tierra, subraya la fecundidad de ambas: "¿Acaso nadie esta nocheextraña una tierra, una mujer?".
En este poemario plástico y cabrilleante, la dicción refleja la efervescencia sentimental, y no faltan la mezcla de registros e incluso las anomalías léxico-sintácticas:

"Para su tacto azalea
esa noche, versos con burbujas
y poquitos, para volverme loca
de tan cerca…".

Sin embargo, el deseo aparece entreverado de melancolía, un sentimiento que cre
cerá —diría que hasta la hipertrofia, si la poesía de Cilleruelo admitiese esa hipérbole; pero no la admite: todo en su poesía es contenido y cristalino— a lo largo de su obra posterior. También un sutil debate sobre la identidad se insinúa ya en estas páginas aurorales: "Al pasar no te identificas en el espejo del fondo", leemos en el poema Hotel Casa de Mar. Quizá como comprensible apoyatura de una voz todavía en formación, o como entusiasta reconocimiento de deudas, en Sortilegio abunda algo que Cilleruelo no ha dejado de cultivar en su poesía, aunque nunca de forma tan palmaria: la alusión metaliteraria, el juego ecoico: Canción triste de cabaret, Tango in honorem Jaime Gil de Biedma o Mester de hotelería son algunos de los títulos de sus poemas, el primero de los cuales, por cierto, se repite en una composición de Alfama: un hilván más en una obra trabada y progresiva.
En
Alfama (1987), el amor sigue presente, pero se ha vuelto callejero y amargo. Dos poemas dedicados al encuentro ocasional, acaso mercenario, Imagen de Ardhanari y Autorretrato con ojos innobles, acreditan esta vertiente negra de eros, y también otra de las características fundamentales de la poesía de José Ángel Cilleruelo: su naturaleza urbana. La Alfama es el barrio árabe de Lisboa, la urbe que, en este poemario, se erige en metáfora del conflicto vital: "Un hombre es la ciudad en la que vive", dice el primer verso del poema que da título al libro. Ambas, la fragmentación del ideal y la fragmentación del mundo, cifrada en el caos ciudadano, son rasgos definitorios de la modernidad. Y a ellas se suma la fragmentación del yo, un tercer pilar del espíritu contemporáneo. En Alfama, el debate identitario —y no en el sentido colectivo al que remite el adjetivo en nuestro país, sino en otro radicalmente individual— se manifiesta con delicadeza no exenta de intensidad. En el ya mencionado poema Alfama, constatamos la disolución del yo en los otros, o, mejor, la acuidad con que entregamos nuestro ser y nos invade el ser ajeno:

"Un hombre es la ciudad
en la que viven otros hombres
que conversan con sus palabras,
visten esos cuatro colores
y hasta pudieran ser él mismo".

Ese mismo flujo biunívoco asoma en Imagen de Ardhanari, cuyo verso duodécimo entremezcla calificativos referidos a los dos protagonistas del texto, como si sus propias conciencias se trenzaran:

"Una tarde se vino a mi mesa,
atractiva y cansado, solitario y perversa".

Otro poema, en fin, de este libro se titula Cuerpo de nadie, y sus versos albergan quehaceres de nadie, celos de nadie: la desaparición de la personalidad, pese a la actividad física, incluso pese al mandato de los sentidos. Como zombis circulan los personajes de esta pieza: como seres destruidos, aunque construyan incesantemente su biografía. La soledad acompaña esta descomposición, o inaprehensibilidad, del yo: cuando la conciencia repunta, avivada por algún estímulo fugaz, sólo se encuentra a sí misma, arenosa y pálida. Así reza el poema Epitafio, título de inequívocas connotaciones mortuorias:

"Hasta que una tarde se fue,
me dejó asomado a mí mismo
y tiritando. Fui a un retrete,
escribí un recado de soledad
que alguien contestó y después otro.
Si algo más ocurrió, lo he olvidado".

El poema El secreto, por su parte, se inicia con el siguiente dístico, que se repite luego, a modo de estribillo:

"Has entrado en la noche
por el costado de la soledad".

Pese a este ahondamiento en el sentimiento de ruptura y abandono, la dicción de
Alfama se tranquiliza. Las palabras ya no espumean, como en Sortilegio, sino que buscan su más ceñida vibración. Predominan las formas breves y aparentemente sencillas, amparadas en la tradición, y, a menudo, escandidas. En casi todos los poemarios de José Ángel Cilleruelo encontramos sonetos, por ejemplo, u otras formas estróficas de presencia acreditada en nuestra historia literaria, como romancillos o madrigales. Y todos albergan versos concisos, minuciosos, espinozianos a fuer de pulidos, como las lentes de Baruch; versos que condicen con esta poesía atenta a los detalles, a las cosas pequeñas, que rehúye lo estentóreo y abisal, pero que se adentra en los abismos cotidianos, en las oscuras anfractuosidades de la conciencia. Los poemas de Cilleruelo son fogonazos mesurados, compuestos de minúsculas acciones que entretejen un instante de ebriedad vital, de rendición al amor —o a lo que queda de él— o al sufrimiento —que crece, invencible, en nuestro interior—. Poca discursividad hay, pues, en las composiciones de Alfama y, en general, en la obra del poeta: sus poemas son instantáneos, lívidos estallidos del momento, chispazos de congoja o reflexión. Quizá por eso predominen las imágenes transeúntes, y los versos parezcan, con frecuencia, la cincelación de un vistazo, y menudeen los motivos del mirar y del ojo. En Maleza leeremos: "Todo está en su lugar menos mis ojos"; y también: "Nace en tus ojos y nace en mis ojos". En Salobre, uno de los "madrigales de la lactancia" acaba así:
"tus ojos analíticos, curiosos,sólo la luz comprenden".
Maleza (1995) es el poemario más representado en Domicilios, con 20 poemas, y su autor explicita las razones en su nota epilogal: porque no es fácil encontrarlo en librerías y porque es el libro del que se siente más satisfecho. La generosidad de la muestra nos permite constatar cómo José Ángel Cilleruelo profundiza en las líneas, tanto formales como temáticas, que vienen dibujándose desde sus primeros poemas. El volumen se presenta, de nuevo, bajo la advocación de la ciudad, como demuestra la cita de Rui Cinatti que lo precede: "A minha cidade / é modo de ver". El contenido del dístico es revelador, asimismo, del imperio de la mirada, y de la elaboración de una subjetividad uncida a ese escrutinio múltiple y desconcertado. No sólo en el lema de Cinatti se contiene el empuje urbano del poemario, sino en su propia urdimbre textual: los versos de Maleza están llenos de casas, de calles y de balcones. Sin embargo, la característica más determinante del libro es su insistencia en el relato de la ruina y la desolación; un naufragio en el que el poeta cifra su pálpito existencial. El propio título del libro, Maleza, sugiere ya la idea de abandono, y muchos de sus poemas recrean la opresiva realidad del desmoronamiento, el apagarse paulatino del ser. Muy significativo resulta el titulado "Piezas ligeras (1)", que se construye con constantes alusiones a la soledad y que decrece, como un suave caligrama, hasta los dos versos finales, que identifican oquedad y yo:

"Una estación sin nadie en los andenes.
Un banco en la avenida y nadie cerca.
Un almacén abandonado,
El tope de una vía muerta,
Un autobús vacío,
Un jardín solitario,
Un tren sin luces,
La madrugada,
Un hueco.
Yo".

En
Maleza advertimos una acumulación de escombros y charcos, de soledad y luces confusas, de chabolas y ceguera, de noche y fractura:

"A los ruidos se unen plásticos
y envases rotos en la arena sucia,
y hojas de diario arrugadas, restos
de vino en un rincón, y negras latas
comidas por la herrumbre y por el mar",

leemos en Funchal. Y también de muerte, epítome —y destino— de la soledad: "También ha muerto el tiempo de la muerte", concluye La serrería de Berg. Frente a la pujanza de la nada, persiste el asidero del amor, aunque reblandecido. En
Maleza, la ebullición erótica de los primeros poemarios se ha transformado en una tibia placidez amorosa, aunque aquel hervor todavía comparezca, ya con tintes crepusculares, en alguna composición. La dicción apuntala sus perfiles figurativos: el orden expresivo y la pulcritud formal parece deudores de un íntimo pudor, que abomina del énfasis, tanto espiritual como estético, como si las proclamas demasiado robustas rebajaran, en lugar de ensalzar, la vigencia de lo enunciado. El "pavor emocional [articulado] con una crispación expresionista" de Sortilegio, como señala Joaquim Manuel Magalhâes en su introducción a la antología, se ha suavizado notablemente, y convertido en un discurrir susurrado, que sólo consiente algún breve balbuceo, trasunto, acaso, del propio balbuceo existencial:

"Frío agarrado al vidrio y frío afuera, en el aire
frío; frío su gesto al desvestirse(…)
Tan breve el gesto del amor, tan seco,
Esta noche de marzo, este marzo, esta noche".

En su carácter descriptivo, fotográfico, muchos poemas alojan tropos felices. En Día de playa (II), por ejemplo, se concentran varios: la luz "brilla / con esfuerzo de plata vieja"; "el lago recopila (…) la claridad añil del aire"; y "queda un rastro de ondas / sobre la piel nudosa de la noche". También lo enumerativo documenta la configuración visual de los poemas, como si el ojo consignara en la página, con sucinta intervención lingüística, lo aprehendido en el mundo.
Pese a estar escasamente representado,
Salobre (1999) confirma los rasgos de la poesía de José Ángel Cilleruelo que venimos subrayando. Su naturaleza urbana se desprende, de nuevo, de las citas iniciales (de Carolina Coronado: "Mi alma en las ciudades tiene asiento", y de Sophia de Mello: "Todas as cidades sâo navios") y de los tres poemas dedicados a la ciudad de Nueva York, que continúan una ya dilatada tradición de la poesía hispánica inspirada en la megalópolis americana, en la que militan poetas grandes como José Martí, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca o José Hierro. Los tres —Canción del río Hudson, Balada de Coney Island y Elegía en Sea Port— aluden a los desechos del mosaico urbano, y transminan, otra vez, desasimiento y sombras, niebla e inutilidad:

"sigo
entre coches destartalados,
bidones humeantes y chatarra;
por ellos busco nieblas, noche, sombras…".

Salobre —cuyo título remite a la herrumbre y a lo caído, como Maleza— prolonga el pesimismo de éste, excepto por el paréntesis jubiloso de la celebración del nacimiento del hijo, plasmado en los Madrigales de la lactancia, en los que Cilleruelo despliega una ternura acerada:

"¿Cuántas horas y cuántos años, siglos,
milenios, qué universo
y qué mundo o galaxia,
cuántas lluvias, sequías, sol o cierzo,(…)
han hecho falta para traer tu gesto?".

De
Formas débiles (2004), en fin, recién aparecido en DVD ediciones, sólo contamos con cinco poemas, que culminan el asedio del autor barcelonés a la experiencia del deterioro y la desposesión. La invariable condición urbana de la poesía de José Ángel Cilleruelo se ve matizada esta vez por la presencia de la playa, el mar y sus pecios —un nuevo signo de destrucción—, y del río, que simboliza, manriqueñamente, el flujo vital, arrumbado por la muerte:

"Un zumbido distante de turbinas
impregna el aire húmedo. Las aguas
bajan por el canal sin chapoteo,
prietas, desheredadas. Oscurece".

En la pequeña cata del poemario que nos ofrece
Domicilios no puede apreciarse, pero el conocimiento del libro nos permite deducir otra práctica significativa de la poesía de Cilleruelo: su gusto por las estructuras simétricas, matemáticamente equilibradas, y su preferencia por el número siete, símbolo del orden completo, pero también del dolor. Así, Formas débiles se divide en siete partes, al igual que Maleza y Salobre, muchas de las cuales contienen siete poemas (y éstos, a su vez, siete versos). He aquí otro remache, y no el de menor relevancia, de esta obra meticulosamente taraceada, silabeada en silencio, e iluminada por el fulgor frío de lo muy íntimo y lo muy ardiente.

(Reseña en torno a Domicilios aparecida en la revista El misionario. La imagen inicial es de autor desconocido; la imagen final es de Helmut Newton)

Página confeccionada por Carlos Morales. El Toro de Barro

jueves, 14 de junio de 2007

"Domicilios", de José Ángel Cilleruelo, por Joaquim Manuel Magalhães

LA "EXPERIENCIA"
COMO CONFESIONALIDAD
Joaquim Manuel Magalhães

Una de las cuestiones estilísticas dominantes en la obra de José Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960) es la innovación dentro del funcionamiento del principio de realidad, cada vez más agudizado en su poesía, aliado tanto a una forma descarnada de la poesía de las ciudades como a los registros precisos de otros lugares por donde la nostalgia de lo remoto se fija en incisivas meditaciones sobre la temporalidad. Su poesía parece hidrófila, se hincha con los líquidos de las prácticas más comunes y de las más perversas, en una teatralización de la gramática que va hacia un mundo de procesos cromáticos fuertemente imaginativos.
En sus primeros poemas, el clima onírico, la visión de pesadilla, el desencanto y el pavor emocional se articulan con una crispación expresionista, marcada por un intenso retorno a una subjetividad factual, sin ningún exceso metonímico, lo que resultaba profundamente innovador.
El enfoque bajo perspectivas diversas de un hecho, los saltos de la memoria mezclando tiempos trazan, en varios poemas, una escritura fértil en discontinuidades sintácticas sutiles. Son planos de tiempo y de descripción que soportan una pérdida de linealidad, aunque sujeta a un patrón declarativo que impide que irrumpa la sombra de cualquier automatismo. Hay una profunda injusticia histórica en el silenciamiento de su voz poética frente a otros poetas nacidos en la primera mitad de los años 60. Pero creo que su fuga a la experiencia como confesionalidad personal, que se adentra en un vasto campo lúdico en el que un calidoscopio emotivo se distribuye de modos diversos por diferentes formas de concebir el poema, le mostrará como una de las voces que más denodadamente ha luchado por una doble superación: la de los modelos más recientes que le precedían en la poesía de su país; la de los modos que iban convirtiéndose en una moda triunfad
ora ente los de su propio tiempo.
Nos enfrentamos a una expresión de sentimientos que, a pesar de su intimidad, se apartan del ornato post-romántico (cuturalista o de aire surrealista) de la mera interioridad y se internan en ámbitos donde lo real o su construcción verosímil se amoldan a un proyecto fabulador. Este proceso se va afirmando, a lo largo de la obra, articulado con la presentación de objetos, situaciones, seres vistos y amados, instantes concretos donde habla lo anímico. Busca introducir, en el curso de la realidad captada, breves historias, rápidas narraciones, momentos en los que la voz lírica trata de no apartar demasiado a la voz de la ficción.
En un gran número de poemas fluctúa un intento de sexualización del discurso, afirmándose siempre la voluntad mimética del sujeto que ve, que reacciona, que idealiza, que prueba. Poemas relacionados con nombres de lugares a veces explícitos, otras misteriosos, con títulos, en algunos textos, que proceden del fado, de los tangos, de los boleros. Así, esta poesía de intensa genitalidad transforma en afecto y canto la capacidad para descender a los fondos más residuales y más fantasmales del individualismo creativo.
Pasemos ahora a otra de las cuestiones estilísticas de la obra de Cilleruelo: la construcción distanciada del yo junto a la inquietud exteriorizada de ese mismo yo. Aunque ésta sea de la más lúdicas entre sus libros, no creo, pese a la descripción que haré en adelante, que para adquirir valor literario necesite que se la envuelva en los pliegues del esteticismo impersonalizador de hace más o menos cien años. Se trata de ejercicios de virtuosidad mimética donde se acentúa tanto la seducción por el mundo de algunos géneros (cantigas de amigo), como por un juego de sujetos con nombres diferentes (Clemente Casín) que nunca llegan a organizarse en estructuras heteronímicas, antes funcionan como una trampilla por donde el propio sujeto empuja a un género de finales del XIX o de principios del XX ya sea en citas o en secuencias de poemas.
Una meditación en verso sobre la figura de «Pessoas y heterónimos», por ejemplo, se configura como una escritura metapoética de relevante manifestación de conocimiento retórico de otro poeta anterior (como menos insistentemente, añádase de paso, lo hace con otros como, por ejemplo, Gil de Biedma). Pero no es un proceso suyo de dramatización de la voz lírica. Es una actividad crítica y de ficción, en poesía, que hace comparecer a su inteligibilidad radical de la obra de otro poeta que es altamente significativo para él en el plano del gusto, mucho más que en el plano de las equivalencias poéticas.
En este uso heteronímico o de máscara creativa el suelo tiembla. Hay una declarada presencia de la compresión genealógica de la impersonalización. Pero cuando, por ejemplo, Clemente Casín aparece sólo con sus iniciales, tanto podemos estar en el artificio de la heteronimia como en el refinado artificio de la alusión cultural no explícita, de otros C.C. que la obra nombra: Constandinos Cavafis o Carolina Coronado, por ejemplo. Aunque, curiosamente para el uso heteronímico, sintamos que se trata de una distanciación en la que no se abdica explícitamente de la voz lírica íntima, de la unidad vertebral del sujeto poético con el resto de la obra de su autor. Se trata, creo, de una tercera distancia, la de usar un proceso y distanciarse de él, el reconocer su interés pero ya como una remota tradición retórica.
Poco a poco los temas íntimos más inquietantes se van suspendiendo y se pasa a una poesía de contorno más acentuadamente descriptivo, sin abdicar del plano emocional, encaminándose hacia una agudización del realismo, como he afirmado antes (aunque supuesto, como es todo realismo) que en las obras más recientes es bellamente eficaz.
Cuando empleo la categoría de realismo para clasificar su lírica no estoy refiriéndome a la noción estrecha de realidad tal como aparece ante la conciencia humana habitual. No defiendo que su realismo sea tan sólo un modo de darnos aquello que los sentidos nos dicen que el mundo es. Hablo de un realismo que implique la transfiguración sin partir de lo objetivo. Lo entiendo como un sobreponerse a situaciones en las que la materialidad del discurso no se encamina hacia la idealización de cualquier especie de ideología. El realismo primario puede ser, y muchas veces lo ha sido, en nombre de la materialidad, uno de los puntos más débiles de la idealización y de la abstracción del discurso. Cilleruelo se aproxima a una función psicológica y estética que une las palabras a las cosas, en un intercambio de eventos y despojos que el hombre y el mundo se cruzan entre sí y al que la poesía puede estar atenta. Este realismo, casi es innecesario decirlo, no tiene nada que ver con la escuela realista y sus secuelas como categoría histórica.
El encuentro de lo subjetivo con la espesa (cuando no con la dilapidada) realidad del mundo, de los otros, de lo cotidiano se afirma como búsqueda de organizar la materialidad de lo sensorial con la fluidez de lo emocional. Hay un haz de realidad que atraviesa su personalidad, pero es ésta quien remonta esa construcción material, aproximándola a una historia lógica que se cuenta casi sin devaneos. Todo esto en un discurso donde el sentido del equilibrio entre todos los procesos de escritura es siempre un cuidado dominante.
Los poemas se acercan muchas veces a un sentido de esbozos de lo visible, yuxtaponiéndose en registros casi fotográficos. La excelencia poética de esta captación es que siempre el realismo reposa en una idea firme del sujeto, en una proclamación de sí mismo, en una magnífica contención léxica.
Así es el difícil equilibrio resuelto en la poesía de Cilleruelo: ni abdicar del subjetivismo declarado ni del realismo más llano. En los intersticios de este logro nace la belleza rítmica de los versos.



(Prólogo de Domicilios, antología publicada por El Toro de Barro en el año 2005 en su colección
La Piedra que habla)
Página confeccionada por Carlos Morales. El Toro de Barro