lunes, 5 de marzo de 2012

"Salmo", de Carlos Morales, por Luis María Anson






Luis María Anson


Los negros pájaros de hierro
 
Entre tanta calderilla literaria como todos los días llega a mi mesa de trabajo, rueda de pronto una perla. Carlos Morales hace versos instalados en la última vanguardia, es decir, en el profundo aliento lírico. La colección Kuadrinos sefardíes que dirige con Margalit Matitiahu es una muestra de la cultura profunda, la que desprecian tantas veces ministerios, academias, y círculos de bellas artes. En Salmo, Carlos Morales ha amontonado una docena de versos que se están friendo en la sartén.
 Danza bajo el burka la sharia gamada, in nomine Auschwitz. Brilla en la noche la luz del carnero. Los trenes partidos arden con velos rasgados. Abre el poeta el cielo en canal para clavar a los muertos y alzar los tambores, las dulces campanas, las flautas que soplan el silencio del alma. El latigazo onírico, surrealista, abstracto, restalla sobre la escritura de Carlos Morales. Dibuja en el aire la noche más triste. Talla el cielo de cruces. Rompe el silencio del alba. Es la sangre que luce, los pájaros que danzan.
Los pájaros, sí, los viejos pájaros de hierro que aletean entre las piernas larguísimas de Manhattan mientras caen sobre el Hudson los taxis amarillos. Oh, Dios que riegas tu jardín en las basílicas con el agua fresquísima de las mezquitas, con el dorado aceite de las catedrales, escúchanos cantar sobre Bagdad. Pero tiembla ya el mediodía mientras la mujer se inclina sobre la fosa común. Bajo las fauces negras del cerezo en flor, todo es vil materia, podredumbre y cieno. Sacerdotes desnudos se lanzan manzanas en los versos de Carlos Morales. Los pájaros de Aleixandre, que vuelan hacia la región donde nada se olvida, danzan y danzan dibujando el rastro del espíritu, la huella fugitiva del escritor, el alma del poeta de los versos cabríos, el caos que se avecina.


Luis María Anson
De la Real Academia Española


(“Canela fina” publicada el 27 de febrero de 2005 en el Diario LA RAZÓN)






"El postismo", de Isabel Navas Ocaña, por Juan Ramón Mansilla



OVEJA NEGRA BALA LLUVIA



Juan Ramón Mansilla





1945. La España de los años triunfales, pese a la derrota en la guerra mundial de sus hermanos mayores, duerme la siesta. Todo en ella, oficialmente, es orden, gozo en el deber cumplido, sintonía, aquiescencia. Si llueve, el agua, además de vencer a la hidra pertinaz de la sequía, engrosará el volumen de los pantanos que se imaginan. El tronco viril y enhiesto de la raza ha visto que “ya es llegada / la edad gloriosa en que promete el cielo / una grey y un pastor solo en el suelo” (Hernando de Acuña). Es como si, bajo el índice señero de un brazo incorrupto y el cornetín de los cuarteles, se hubiese producido la “absolución final de nuestra historia” (Gil de Biedma: Apología y Petición). El horizonte estaba cuajado de águilas imperiales. El futuro era una voluntad indivisa y férrea. El futuro era un retorno al pasado, como el anverso de las nuevas monedas: la unión, la sumisión mística de la nación a un proyecto mesiánico que se encarna en “un Monarca, un Imperio, una Espada” (Hernando de Acuña); poco importa que “media España ocupaba España entera / con la vulgaridad, con el desprecio / total de que es capaz, frente al vencido, / un intratable pueblo de cabreros” (Gil de Biedma: Años Triunfales). La España grande, una y ¿libre? dominaba la vida, política, religión, pensamiento, No-Do. También, cómo no, el arte. Aquí, tanto el estilo neoimperio como el garcilasismo, desplegaban el estandarte del pasado en el viento sin aire de la victoria.
Carlos Edmundo de Ory
1945. Un grupo de artistas e intelectuales (Joan Brossa, Modest Cuixart, Antoni Tàpies, entre otros) avanza hacia la creación, hecha realidad al año siguiente, de Dau al Set. Por su parte, Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi, se embarcan en la creación del postismo. Ambos movimientos, curiosa la coincidencia de fechas, concurren no sólo en la actualización de algo que ha querido abolir la cultura hegemónica: la vanguardia; también en el desarrollo de unas propuestas teóricas y estéticas que, aunque enlazan con la reciente tradición surreal y existencialista, acaban suponiendo la irrupción del informalismo, así como una suerte de revisión racionalista del irracionalismo, humus vivencial del que se nutrieron las vanguardias precedentes. Ambos, junto a su función modernizadora, desempeñaron un efecto dinamitador en unos momentos en que la eternidad devenía inmovilismo. Fueron como golpes de brisa que azoraron las hileras de antorchas de la noche. De ahí la reacción que suscitan.
1945. Frente a la “muerte brava, serena, dulce” (Ridruejo), el postismo es una apuesta por la vida y por el hombre (ése “que se ríe sentado y fuma con la mano y la boca”). Una apuesta en la que el orín de los gatos es mucho más poético que toda la sonetería del garcilasismo. Y, ¿no es así?. La historia, incluso la de la literatura, termina por poner todo en su sitio. En los últimos tiempos asistimos a la recuperación de la obra de autores postistas y filopostistas, frente al ángulo oscuro en que van quedando sus detractores de entonces. En el marco de esta recuperación, necesaria, se sitúan trabajos como el de Mª Isabel Navas, editado en los talleres de El Toro de Barro.
Cicharro

Un trabajo que emprende, es una de sus virtudes, el análisis (teórico, estético y funcional) del postismo engarzándolo en sus circunstancias propias y exteriores. De ahí, tan importante como el estudio del movimiento per se, el examen de los rechazos. Las posturas de sus detractores, furibundas en tantos casos (si no conmigo, contra mí; fuera de mi orden, el desorden), terminan por hacer de una propuesta de reasunción de la vanguardia, una oveja negra a la que cargan, pese a no pretender tenerlos, de tintes antisociales y político. Son elocuentes al respecto las palabras de Eutrapelicus: “¿Es que no ha pasado nada y no está pasando nada en España y en el mundo para que a estas alturas intente resurgir la «Academia de los fauves», con todo el turbio y confuso maremagnum amoral, arreligioso, antisocial y antipolítico que rodea a estas cosas?” (cit. en Navas Ocaña, p. 40). ¿No era perfecto el mundo diseñado por los vencedores, la vuelta al orden? ¿A qué venía entonces la turbamulta postista?
Ángel Crespo
No a conmover los cimientos del “régimen”, sólo a renovar la estética artística a través de la actualización de las vanguardias. Una actualización que es a la vez un revisionismo. Los ismos, las vanguardias, habían sido resultado de la irrupción del irracionalismo, en sus diversas variantes, en el conjunto del pensamiento occidental. Tras los ismos, el postismo plantea una revisión racionalizadora del irracionalismo, como se aprecia sobre todo en sus relaciones con el surrealismo. A estas cuestiones, aunque descuidando las conexiones filosóficas, dedica Isabel Navas unas interesantes páginas que nos desvelan los mecanismos de la estética postista, marcada por la relación binomial entre lógica-técnica y subsconciente-automatismo, de la que sale un elemento de síntesis: la imaginación, como transcripción de los impulsos irracionales a través de la razón.

Gabino Alejandro Carriedo
El término síntesis (ya entre consciente y subconsciente, ya entre vanguardia y tradición) define bien la propuesta postista. En ella, como nos recalca la autora, la euritmia es un elemento cardinal, producto de la intervención de la técnica sobre los aportes del subconsciente a fin de lograr la belleza. En este punto es cuando mejor se advierte la voluntad de innovación del postismo, de modo especial mediante su apuesta, metapoética, de intervención sobre el lenguaje, de creación de un nuevo lenguaje. En este campo la estética del postismo se nos hace precisa. Consiste, tras restituir a las palabras, a todas las palabras, da igual su “pureza” o “impureza”, sus posibilidades poéticas, en afirmar que “la poesía lo mismo nace de la idea que del sonido”. De ahí, se sigue la valoración de la calidad fónica del léxico, la búsqueda de la musicalidad, del ritmo y la rima, sin hacer tabla rasa de un equipaje semántico que tiene por objetivo incorporar a la poesía la vasta amplitud de la condición humana así como su cualidad demiúrgica de hallar el misterio mediante la intervención de lo cotidiano. Esto es, “si miento invento una verdad / Si me hundo me Carlos Edmundo” (C. E. de Ory: Fonemoramas).
Federico Muelas
Junto al análisis de su teoría y estética, el ensayo de Isabel Navas nos aporta un replanteamiento de la evolución y el final del postismo. En este terreno encontramos las aportaciones más sugerentes y, acaso, polémicas. En primer lugar, a la tan traída y llevada disputa protagonizada en 1949 por Carriedo, Casanova de Ayala y Crespo frente a los “maestros” iniciales, le niega calidad de cisma. Sólo se trataría de una disputa personal sin ningún alcance estético. Las derivaciones de los “discípulos” hacia la atemperación de las pulsiones surrealistas, el formalismo y la manifestación de la realidad interior son coincidentes con las que venía experimentando Ory antes de fundar, en 1951, el “introrrealismo íntegro”. No habría ruptura sino coincidencia en una suerte de evolución transformadora. En segundo lugar, y en coherencia con lo anterior, se cuestiona la existencia de una “segunda hora postista” (Carriedo, Crespo, Carlos de la Rica, Fernández Molina...): “los acontecimientos que tuvieron lugar en 1949 (...) marcan la definitiva desaparición del movimiento postista, su agotamiento final (...), no una segunda etapa sino el canto del cisne” (Navas Ocaña, p. 82). Esta conclusión me parece lógica. Si tenemos en cuenta las derivaciones anteriores, el postismo no podía pervivir sin dejar de ser postista, y ésta es una contradicción insalvable. Por ello, tras haber conciliado vanguardia y clasicismo, dejaría el campo lleno de grano para el pajarerismo, para el realismo mágico.


Muelas, Carriedo y Crespo, fundadores de la revista El Pájaro de Paja 

Carlos de la Rica intentó convertir
El toro de Barro en una aventura
 editorial para servir de cobertura
al movimiento postista.

En cualquier caso, el postismo fue mucho más de lo que pudieron pensar sus denostadores y es que, como dijo Wenceslao Fernández Flórez: “Por lo visto, yo soy postista. Creo, como ustedes, que sin imaginación no existe el arte”.


















(Este comentario crítico de Juan Ramón Mansilla sobre El Postimo, de Isabel Navas Ocaña, fue publicado en el Día de Cuenca en el año 2000)