Teo Serna, El Radiestesista.
(Prólogo de José Corredor-Matheos)
Cuenca, El Toro de Barro, 2002.
Ya en su primer libro, La terquedad de la sombra (1995), la sospecha inicial de creacionismo es confirmada por Carmen Díaz Margarit en el prólogo, donde se compara su hechura poética con la obra de Huidobro y Gerardo Diego; un creacionismo, a mi entender, más próximo aún a los modos deportivos y discursivos del 27 que a los propios del ultraísmo. Sin embargo ese creacionismo, bien palpable en la elección del léxico y en las agrupaciones sintagmáticas, como en un revés de baile cronológico remite al futurismo o a una vanguardia pionera empeñada en aplicar los resortes de la modernidad —ahora posmodernidad— a la lírica; como en este ejemplo de La terquedad, donde se usa un vocablo de cariz netamente administrativo: "La sombra privatiza la mirada malévola / del dios"; al igual que en otro poema del mismo libro donde se esgrimen términos tecnológicos, identificadores de la vanguardia: "aquella mirada / monócroma y efervescente". En el mismo poema, se exalta "la belleza extrema del último telegrama; / aquel, azul y recortado": es como si los versos proclamasen que el vetusto papelito azul del telegrama fuera más bello que la Victoria de Samotracia.

Me parece que Teo Serna, de formular su sentimiento poético, lo haría exactamente como Valéry al creer que el poema es "una especie de máquina para producir el estado poético de la mente por medio de palabras"[2]. Frente a esta afirmación, el profesor Cano Ballesta escribe: "Los vanguardistas cultivan un auténtico fetichismo de los métodos y una fervorosa exaltación del oficio y de los procedimientos técnicos que intervienen en la creación"[3].
En El Radiestesista, Teo Serna dispara (por así decirlo) el experimentalismo que ya había llevado a cabo en sus títulos anteriores; experimentalismo que llega a una muy alta cota de conjunción entre mensaje y expresión en su segundo libro, Memento hominem (1995), donde todos los poemas, en prosa, sin puntuación y de extensión bastante uniforme en su relación entre ellos, breves, son como cuadros sin título en la sala de exposiciones diáfana y blanca del papel, rindiendo tributo a una poesía espacial, asimismo trasunto de vanguardia. Sin embargo, bajo este estricto criterio formal que muestran los poemas de Memento hominem (en su traslación tipográfica, los márgenes están absolutamente justificados), subyace la preocupación testimonial del poeta en la abrupta praxis social: "Nos ahoga algún deseo y seguimos borrachos como si alguien supiera la verdad un mar de gin-tonics asoma sobre el rimel huele a semen de batracio: debe ser verano en algún rincón de la charca". Nos vuelve a sugerir Cano Ballesta: "El escritor, por más que encerrado en su individualismo quiera desligarse del contexto social, es arrastrado por la historia y se pronuncia inevitablemente sobre ella"[4] . El Radiestesista está repleto, como decimos, de experimentalismos que superan la dogmática acción de esa noción de vanguardia histórica, refrescándola así y actualizándola; el poema "Artimañas del azar" prescinde de verbos, usando sólo nombres y unos pocos nexos copulativos; el poema "Espasa" es un readymade; y el poema "Condenada rima encadenada" acomete el juego de la rima interna que tantos textos, vanguardistas y también de la tradición, exhiben. En todas las composiciones de este libro prevalece, como sedimentación de la idea poética, la manifestación del sujeto en su acto singular de conocer el mundo expresándolo como un mundo propio e intransferible, no de un modo pragmático o sentimental, sino mágico, como un zahorí.
Su contribución al haikú japonés, que todo poeta occidental debe alguna vez plantearse, queda refrendado en Libro de las mariposas (1999), contribución que El Radiestesista, esta vez sin adopción canónica, también retoma: “La flor, como gran pregunta, en el cristal, / esbelta y grácil, / con el agua al cuello”. Su reciente entrega también retoma ese nihilismo muy presente en su penúltimo libro La sombra del adivino (2000), donde palabras del campo significativo “sangre” se desarrollan como imágenes creacionistas con ese resabio (nihilista) lorquiano: “Sangremos / y veremos la verdad de la amapola”, poniéndonos sobre la pista de la intención del poeta en vaciarse. Hay, en este aspecto, un sentido antitético que opera con mucha frecuencia: muchas veces, el poema contesta a la abundancia de materia, por la que el poema se proyecta, con una respuesta reductora: silencio, nada, soledad, etc. La actividad frenética que muestran copiosamente los textos de El Radiestesista queda reducida así, una vez más, a los términos antitéticos de esa exploración: “Tantas cosas se queman / diariamente / que es imposible recoger / ya / las cenizas”. Muy explícita es la contraposición, en un breve poema monorrimo de cuatro versos, entre los dinámicos términos iniciales: “bala”, rata”, y los agotados finales: “llaga”, “nada”.
Finalmente, sólo apuntar con energía que la poesía de Teo Serna constituye una alternativa cuidadosamente elaborada y luminosa a ese manido lastre de una desfasada poesía de la experiencia que, como execrable etiqueta desprovista de compromiso, hace heder un pelín, cual elegía medio muerta, a la actual poesía española.
Su contribución al haikú japonés, que todo poeta occidental debe alguna vez plantearse, queda refrendado en Libro de las mariposas (1999), contribución que El Radiestesista, esta vez sin adopción canónica, también retoma: “La flor, como gran pregunta, en el cristal, / esbelta y grácil, / con el agua al cuello”. Su reciente entrega también retoma ese nihilismo muy presente en su penúltimo libro La sombra del adivino (2000), donde palabras del campo significativo “sangre” se desarrollan como imágenes creacionistas con ese resabio (nihilista) lorquiano: “Sangremos / y veremos la verdad de la amapola”, poniéndonos sobre la pista de la intención del poeta en vaciarse. Hay, en este aspecto, un sentido antitético que opera con mucha frecuencia: muchas veces, el poema contesta a la abundancia de materia, por la que el poema se proyecta, con una respuesta reductora: silencio, nada, soledad, etc. La actividad frenética que muestran copiosamente los textos de El Radiestesista queda reducida así, una vez más, a los términos antitéticos de esa exploración: “Tantas cosas se queman / diariamente / que es imposible recoger / ya / las cenizas”. Muy explícita es la contraposición, en un breve poema monorrimo de cuatro versos, entre los dinámicos términos iniciales: “bala”, rata”, y los agotados finales: “llaga”, “nada”.
Finalmente, sólo apuntar con energía que la poesía de Teo Serna constituye una alternativa cuidadosamente elaborada y luminosa a ese manido lastre de una desfasada poesía de la experiencia que, como execrable etiqueta desprovista de compromiso, hace heder un pelín, cual elegía medio muerta, a la actual poesía española.
Amador Palacios
(Publicado en Revista Cuadernos del Matemático, Getafe, diciembre 2002; La fotografía es de Amador Palacios; Los vínculos y enlaces, en caracteres más oscuros)
NOTAS:
[1] Eduardo Chicharro, Posología y uso.[2] Cito por el libro Literatura y tecnología, de Juan Cano Ballesta.
[3] Cano Ballesta, ibid.
[4] Literatura y tecnología.
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