martes, 27 de noviembre de 2007

"Guantes de piel humana", De Carlos Morales y Julio Clemente Lourtau,, por Cristina Lago

Instantánea recogida por la fotógrafa Mónica Álvarez de uno de las escenas capitales de Guantes de Piel Humana, en la que el judío Moshe, convertido en un perro, lame las botas de su amo alemán.


NEGRA LECHE DEL ALBA, TE BEBEMOS DE NOCHE...



Recientemente he tenido la oportunidad de ver la única representación, por el momento, de Guantes de piel humana. Se hunden las raíces del mal y el bien, entremezclándose blanco y rojo, sudario y sangre, víctima y verdugo. Sobre el escenario un comandante alemán descansa su fusil sobre los hombros, dejando colgar las manos sobre él. Cerrados los ojos, con la cabeza ladeada, es increpado por su perro Nadie, un judío preso a su servicio. El que fue traicionado traiciona, el ejecutado ejecuta. El verdugo se volvió indefenso condenado, el condenado airado victimario. En esa precisa escena todo da la vuelta por un momento, evocando el comandante a un Cristo crucificado, en cuyo nombre se ha de repudiar eternamente a los judíos. El judío preso en el campo de concentración reclama a esa figura el horror a que es sometido, transmutándose de lapidador en lapidado. No hay perdón. Nadie no puede perdonar. Afloran los versos de Paul Celan: Negra leche del alba, la bebemos al atardecer…


Tantos millones de muertos, tantos más multiplicados de sufrientes sin opción a réplica. Hay una naturaleza que se adelgaza hasta volverse plaga negra, sutil, evanescente, intangible. La suprema perversidad de dar gentilmente la mano a un niño demasiado pequeño para subir al horno crematorio por sí mismo, el maligno ofrecimiento de querer guarecer unas manos habiendo despellejado previamente a un semejante. Esas raíces se extienden rodeando la cintura de la tierra, apretando su talle como serpiente, como nudo corredizo, como lazada de seda mortal. Se deforman y vuelven a formarse constantemente, desde la noche de nuestros tiempos, hasta la mañana de hoy, hasta el día de mañana. Mientras el esposo acaricia el cabello de su amada crispa con cinco cuerdas de arpa su garganta. En el saludo del frutero babea la pulpa podrida que despachó al invidente. Desde el más suave retorcimiento a la más atroz de las torturas, nos envolvemos en las raíces de un mal sin nombre. Sólo el amor las destruye, rompiendo por supervivencia, arrancando por salud, abandonando por renacimiento. Sólo la verdad las destruye, borrando la sonrisa encubridora, la gentileza hacia la muerte, la caricia camino del ahorcamiento.
Guirnaldas de plata y cieno coronan nuestras cabezas.


jueves, 22 de noviembre de 2007

"Guantes de Piel humana: el Holocausto siempre..." Por Ethel Grossman.

Este es el momento en que el judío es ejecutado por el comandante
del campo de concentración de Buchenwald.


"QUE NADIE VUELVA A PRONUNCIAR
TU NOMBRE"

Por Ethel Grossman

Obra: Guantes de Piel Humana (1977-2007)
Guión: Carlos Morales y Julio Clemente Lourtau.
Consultor Musical: Juan Ramón Mansilla
Auditorio de Tarancón, 16-11-2007.

Ni siquiera los desajustes de luces y sonido, fruto más de la desidia organizativa de los patrocinadores que del trabajo encomiable de sus protagonistas, lograron empañar el soberbio trabajo de representación de Carlos Morales y Julio Clemente Lourtau en el reestreno de «Guantes de Piel Humana», que no sólo no defraudó, sino que sobrepasó las expectativas de quienes asistieron al reencuentro con la ya mítica representación ocurrida hace más de treinta años. Para Clemente, fue el momento de volver a saborear después de muchos años el veneno de las tablas y de apreciar el valor de haber sido el primer dramaturgo hispanoamericano en arriesgarse a hablar de la Shoa; para Morales, el momento de levantar la voz después de más de dos años de silencio, y de hacerlo precisamente en un contexto en el que, como editor -no en vano es el director de la Biblioteca del Holocausto de la Editorial El Toro de Barro-, se muestra especialmente concernido.
El guión, reconsctruido casi en su totalidadad por Carlos Morales, y que -a pesar de alguna que otra demasía literaria- no tiene otro calificativo que el de la excelencia, se salía absolutamente de todo el esperado, al confrontar en el momento de un juicio final las distintas experiencias de la culpa vividas por un verdugo nazi y por un preso judío que se había visto obligado a colaborar con el Apocalipsis. En el diálogo -intensísimo- de sus dos protagonistas, juegan un papel fundamental las distintas motivaciones que determinaron en el uno y en el otro la adopción de determinadas elecciones individuales que afectarían, finalmente, al destino vital de muchos seres humanos, configurando un cuadro de antiheroica humanidad que está en las antípodas de esos escenarios de fáciles emociones maniqueas que suelen servir para dar satisfacción a las conciencias pero que son inútiles para comprender la realidad. ¿Qué habríamos hecho nosotros de haber estado ahí? Esa pregunta nos inquiría una y otra vez desde el austero espacio escénico concebido para la ocasión, obligándonos a muchos a bajar la cabeza y a reconocer nuestras limitaciones a la hora de resistir las fuerzas ideológicas que, en un momento históricamente dado, puedan resquebrajar los límites morales de nuestra conciencia y convertirnos, por la vía de los hechos, en monstruos imposibles.
Especialmente memorables fueron los momentos en que el Tenebrae y el Todesfuge de Paul Celan fueron escenificados, no sólo por ser la primera vez que esto ocurría en la historia del teatro contemporáneo sino por la sabia interpretación lograda por Carlos Morales, basada en la contención de gestos y en una modulación de voz realmente portentosa, que logró hacer visualizar con notoria diafanidad la realidad y la cualidad simbólica del dolor judío así como ensanchar la evidencia del orígen cristiano del antisemitismo. Resultó así mismo magnífico el sobrecogedor diálogo que mantiene con su madre ausente el comandante del campo de concencratión de Buchenvald, encarnado por Julio Clemente Lourtau con un alto sentido del tiempo escénico. Y, finalmente, nos pareció sobrecogedora la escenificación del Tenebrae de Celan, con un alemán transformado en un cristo doliente que se enfrenta, en el judío, a los más de seis millones de muertos en aquella tragedia.
Hubo, no obstante, notables defectos en la composición del escenario, poco adecuado para poner en marcha la multiplicidad de tiempos de una historia realmente compleja, y algún que otro fallo de coordinación con las luces y la música -muy sabiamente escogida, por cierto, por el también poeta conquense Juan Ramón Mansilla-, que necesariamente habrá que revisar para las futuras representaciones que, según nuestras noticias, están prontas a llegar, ajustando las visiones que se buscan con las que realmente se pueden conseguir dentro de los límites de un espacio escénico concreto. Tan obvio es que las cosas pueden salir mejor como que no existen los milagros, aunque sea un milagro que, después de más de treinta años, una obra como ésta siga impactando profundamente y como lo hizo ayer ayer en una época -la nuestra- tan marcada por el esceptcisimo y el descreimento.














El judío levanta la luz de su hijo Amós, al enterarse de que ha sido convertido en una lámpara de piel humana.