sábado, 18 de agosto de 2007

"El Balcón", de Antonio Lázaro, por Amador Palacios.



El balcón, de Antonio Lázaro.

Ediciones El Toro de Barro (con la Diputación de Cuenca)
Tarancón de Cuenca, 2001



Al comenzar a adentrarse en esta última obra de Antonio Lázaro, a través de su flash-back inicial (condición cinematográfica respirando en la novela), el lector ya puede columbrar su característica metaliteraria que va a serpentear, junto con la ponderada intriga de su planteamiento, en una reflexión del mundo de "la escritura, que —de algún modo— mata siempre a la vida, certifica al menos su extinción, su esencial fugacidad", como se dictamina al final de la obra, aludiendo intermitentemente en su tesis al repetido diagnóstico de la enfermedad real y el fantasmal síntoma literario, pues "la literatura es un fanal en la noche y una sombra al mediodía".
Estructurada inmejorablemente en torno a la máxima aristotélica del acoplamiento narrativo (planteamiento, nudo, desenlace, enriquecidos en el referente retrospectivo presente en todo el relato), El balcón —un balcón como suprametáfora del enigma argumental— exhibe una excelente fábula sostenida en una ajustada disposición de los hechos construidos con una verosimilitud que destila una fuga poética llenándola de fragancia, tanto en los diálogos ("—Vive más el instante, cada instante. No estés siempre en lo que fue o en lo que pudo ser—", dirigido al poeta, siempre doliente en este desajuste) como en las descripciones: "En las ciudades la tarde tiene esos paréntesis, casi zen, en que entre el fragor de los claxons, las sirenas, los atascos y esa como sonora exudación de multitudes en tránsito, de repente se escuchan los trinos de algún pájaro, maullidos de gato o el paso, estremecedor y sutil, de una brisa con fragancia de verdura de las eras salpicadas de ababoles. Era la primavera y su fuerza hacía irrumpir algo del campo en medio del asfalto y de la prisa."
El balcón hace transmitir una historia y su suspense, poco a poco, frase tras frase, en un estilo que, no siendo elíptico, es muy preciso, conciso, para ir descubriendo, tranquilamente y deleitándose, la verdad final del relato. Cinco personajes se mueven reiterando un presente pertinaz, sólo debilitados ante el amor o sus motivaciones ("después del amor, fuman hasta los que no fuman"), girando alrededor de la miseria ocasionada por la faz de la especulación literaria, teniendo el tiempo en contra y a favor, tiempo que se reflexiona, por encima de la psicología de los personajes, como el verdadero sedimento del éxito sincero de la pieza literaria: "El cierre del relato es decisivo. La clave de su fracaso o de su éxito. La huella del efecto final es lo que permanece en la memoria del lector." Antonio Lázaro opta así por un necesario factor sorpresa que actúe en la impresión del receptor como una impronta cerrada y objetual.
La lectura de El balcón muestra el dilema entre cotidianidad y misterio entendido como fuerza poética. Novela que comunica actos decisivos, abruptos, contundentes, conjugados, sin abjurar de su estatuto de novela de género, con la ternura en el empeño de presentar una radiografía arquetípica del hombre-artista: "Le gustaban también el té muy cargado y el tabaco de pipa. No constantemente pero sí de vez en cuando, llenaba su vieja cachimba requemada y se ponía a fumar parsimoniosamente. // Mateo llegó a pensar que Guzmán necesitaba, simplemente, calor humano."; más: "El viejo caballero con cara de niño (esa cara infantil de los poetas y los artistas) y bohemia indumentaria".
Muchas claves de esta novela son textuales, referencias a libros (especial significación tiene Valle Inclán y los espejos deformantes de Luces de bohemia); libros que, al modo borgiano, se realizan como un mapa que orienta hacia la esencia y la sentimentalidad del mundo; baste sólo comprobar, en este aspecto, que un texto se alza en la narración como un gran personaje endemoniado. Y lo cierto es que en este relato fragante, donde la narración se encara con expresiones trágicas y serenas, se intenta, como dice el propio texto, "hallar un punto de convergencia entre vida y literatura".


Amador Palacios


(Publicado en Revista Añil, Ciudad Real, primavera 2002; la fotografía es de Amador Palacios; los enlaces y vínculos están en el propio texto, con caracteres más oscuros)




1 comentario:

Francisco Ortiz dijo...

No os conocía. Me ha alegrado hacerlo y saber qué hacéis, conocer a vuestros autores y libros. Un saludo.