viernes, 24 de febrero de 2012

"En torno a Miguel Ángel Curiel y Juan Ramón Mansilla", por Amador Palacios.






«Creen en el poema como espacio autónomo, dando primacía al conocimiento sobre la comunicación. Pero también son conscientes de que el primer elemento, fundamental y necesario para la conformación del poema, radica en la realidad que observan»




Juan Ramón Mansilla
Los poetas Miguel Ángel Curiel y  Juan Ramón Mansilla tienen una edad similar y una cosecha equiparable de experiencias vitales. Ambos son castellano-manchegos y aunque el primero lleva viviendo en Galicia desde hace ya bastantes años, su vinculación con nuestra región es intensa y continuada. Salvo inevitables y particulares diferencias formales, la poesía de estos dos autores avanza en un discurso resultante parejo, tanto verbal como metapoético. Y su manera de trasvasar su visión del mundo al papel encendido por las palabras del poema, también. Manejan un castellano dotado de las mismas características lingüísticas: pertenecen los dos al habla llamada «de Toledo», sobria, económica, ceñida, confrontada a la «de Sevilla», preciosista y difusa. Y no se olvide que el poema es, primordialmente, un acto de habla, siendo el registro específico de la lengua que cada uno utiliza la justa visión del mundo para cada hablante. Y esta manera de operar poéticamente de Miguel Ángel Curiel y Juan Ramón Mansilla tiene grandes similitudes. Ellos naturalmente creen en el poema como espacio autónomo, dando primacía al conocimiento sobre la comunicación. Pero también son conscientes de que el primer elemento, fundamental y necesario para la conformación del poema, radica en la realidad que observan, convirtiéndola primeramente en imagen para a continuación transformarla en las palabras del poema, llegando a ser ese azaroso entramado de versos y cláusulas un hermoso efecto resonador de la confrontación dialéctica establecida frente a la realidad, en lo cual la auténtica poesía se convierte.


Una habitación en rojo, 
Juan Ramón Mansilla
El toro de Barro. 
La piedra que habla

Cuenca, 2011. 61 páginas.



El conjunto de piezas del libro de Curiel está escrito en poemas en prosa y en poemas en verso de escansión muy delgada conformando ambos una apariencia elegante y juncal. En todas las composiciones de este talaverano nacido en Korbach, un paralelismo entre lo objetivo y lo subjetivo, revelando la gran metáfora, alcanza las más altas cotas de sugerencia, como podemos apreciar en sumo grado: «Hierba de Marzo / donde arde el último frío. // También yo despeinado / y vacilante / con mi herida llena de hierba. // La arranco / para aliviar de mi fuerza / al mundo.» En su libro, Mansilla (nacido en la Tacita de Plata conquense, Tribaldos) muestra también inclinación por una delicada contención verbal y entra, como Curiel, en equiparaciones entre la manifestación natural, indómita, y nuestro sentimiento, domeñado: «Dormida frente a mí, inmune / al espino malva / de la angustia, inmune, / a la brisa fría de la rabia, / al óxido de la envidia.» Quizá las frases poéticas en Curiel, cómo diríamos, sean más afiladas y ancestrales: «Cristales, a veces los cristales en el camino, o palabras rotas», como ésta puramente nominal, tal un lenguaje originario, y en Mansilla tal vez más distendidas: «Has visto / las grullas / que retornan / y pides un poema / para ir / y no volver», donde la proyección de los abundantes verbos constituyen un verdadero contrapunto debatiéndose con los escasos objetos: grullas, poemas (de nuevo la tensión metafórica) que en la estrofa se muestran como acentos en el compás.
 
Hemos de celebrar la aparición de estos dos poemarios escritos por quienes manejan un oficio tan lúcido y de quehacer tan experimentado, tal demiurgos que saben exprimir depurada y mágicamente la cotidiana observación de lo que a todos nos rodea sin que, ay, sepamos alambicarla como ellos hacen con tan holgada pericia.